jueves, 28 de mayo de 2009

Cine y modernidad



Si el cine es sobre todo un invento moderno, para referirnos a él debemos tener en claro algunas pautas que definen la condición de modernidad. Al momento de la aparición del cinematógrafo de los Lumiére la modernidad ya se encontraba en estado avanzado, pero era justamente en ese estadio, fines del siglo XIX y principios del XX, donde la modernidad se consumaba en sus formas más acabadas y en sus líneas decisivas, era el momento de su consumación, y siempre después de una consumación se inicia la decadencia, cosa que vemos confirmarse en la segunda guerra mundial. Es cierto, como bien dice Adorno, que el mundo ya no puede ser el mismo después de Auschwitz, ni la poesía, ni el cine, ni nada.

Bien, veamos entonces cuáles son las pautas que definen la modernidad hasta la segunda guerra. Como matriz principal, y siempre nos moveremos en el orden de los discursos, tenemos la creencia indiscriminada en el progreso fundado en la ciencia, es decir en la razón, en una serie de procedimientos que nos permitirían acercarnos a la verdad. La era del testeo, de la experimentación, de la prueba. La nueva racionalidad secularizada, es decir por fuera de la creencia religiosa que había dominado durante la edad media. La razón heredera del Iluminismo, el progreso, la civilización, la ciencia, son las vedettes de la época. El progreso, a través de la ciencia fundada en la razón sería capaz de establecer un mundo ideal de belleza, bienestar y justicia.

El avance y la proliferación de las disciplinas científicas se llevan a cabo en su modo más radical en los 100 años que van de 1850 a 1950. La organización política de los países en Estados Nacionales, el crecimiento de las ciudades, el desarrollo industrial son las marcas sociales de la época. El surgimiento de las masas obreras urbanas y rurales y su ingreso en la vida política constituye un problema central a resolver por las estructuras estatales.

Por otro lado, en lo que concierne al cine, la ideología del testeo y la prueba, es decir, el documento testigo (Test - testigo – testeo), es sumamente solidaria al invento del cinematógrafo. Imaginemos: en medio de la era del testeo surge un invento capaz de grabar y reproducir la vida cotidiana (Primeras experiencias cinematográficas: la llegada de un tren a una estación, el descenso de los pasajeros, etc. / la asunción de los nuevos Zares de Rusia –otro acontecimiento filmado por la compañía Lumiere, ya bien enquistado en la utilización del aparato de cine como medio de registro documental). Tenemos que ver al cine dentro de esta lógica de la modernidad. El sujeto moderno, y aún podemos ver su evolución en el mundo actual, es un sujeto escindido. Si en la antigüedad medieval el hombre era parte concreta de una comunidad, en el nuevo escenario - territorio de la modernidad, es decir en las ciudades, el sujeto se sumerge en el anonimato, la racionalidad moderna está vinculada fuertemente al sentimiento de soledad, a la escisión entre el individuo y la comunidad. Las sucesivas crisis, que se acentúan en Europa luego de la revolución rusa, comienzan a exacerbar el sentimiento de desamparo y falta de contención social en la que los sujetos se ven inmersos en este mundo vertiginoso y cambiante, donde cada día hay nuevos descubrimientos e inventos (entre ellos, lógicamente el cine), es decir nuevas experiencias ante las cuales el sujeto debe ponerse a prueba. El cine, ciertamente, se inserta en este sentimiento de desamparo, y se inserta sobre todo para combatirlo o al menos atenuarlo. Los primeros espectadores se reconocen allí, en la pantalla. Vuelven a reconocer el mundo que los rodea, ese mundo nuevo, veloz y variable. El registro que ofrece el cine, en principio fascina y tranquiliza. Imágenes en movimiento, imágenes de nuestro mundo, nuestras imágenes.

Casi podemos decir que el cine es un momento cumbre de estas ideas que constituyen la modernidad de fines del siglo XIX y principios del XX. El cine se transforma en un principio en una forma del saber y el conocer. Es una maravilla de la técnica moderna que corporiza casi todas las ideas paradigmáticas de lo que se conoce como modernidad. Es el cine quizá el único arte realmente moderno, en el sentido histórico que aquí le damos al término. El teatro, la literatura, la música, la pintura, tienen una historia. El cine, en cambio, nace como pura novedad, y es esta característica la que lo marcará como el territorio de las vanguardias. A poco de su inicio surgen en el mundo del cine estéticas de vanguardia, tanto en Alemania, como en Rusia, Francia e Italia. Expresionismo, Futurismo, Dadaísmo, Surrealismo. No desconocemos que muchas de estas expresiones se trasladan a otras artes o nace a partir de otras actividades, como el caso del futurismo vinculado a la arquitectura, pero llegan a una difusión extendida mediante el cine que ya va camino a transformarse en un fenómeno de masas. Pero el cine es en sí mismo una vanguardia desde su nacimiento, me refiero a una vanguardia tecnológica, algo que se podría equiparar hoy a las técnicas más avanzadas del animé que se desarrollan a partir de las nuevas tecnologías digitales.

miércoles, 20 de mayo de 2009

La creación como diálogo



Nadie está sólo, aunque a veces lo deseemos. La idea romántica de un creador aislado, del genio que se sitúa en la torre de babel y desde allí crea, es sólo eso, una idea romántica. En ninguna actividad artística el producto estético, la creación final de una obra, implica a tanta cantidad de personas como en el cine. Desde los guionistas y directores a los técnicos, los actores, lo iluminadores, los técnicos de montaje, etc. El cine es, más que cualquier otra actividad artística, una creación colectiva. Gira en torno al proceso y no al producto, y otorga a lo colectivo y al proceso creativo el protagonismo. La creación no es sólo el ejercicio individual del artista sino el talento colectivo de los grupos. Es por esto que a la actitud creativa la señalamos como dialógica, o sea, que se construye colectivamente a través del ejercicio del diálogo, del intercambio de ideas y saberes específicos. La interdisciplinariedad de la creación cinematográfica es innegable y eso lo transforma en un arte complejo. Las claves del éxito de un proceso creativo deben buscarse entonces en la capacidad de llevarlo adelante a través de la conducción alternada en las áreas específicas de cada momento creativo. Si bien en el cine el papel de los directores suele pensarse como conductores únicos de los equipos, resulta interesante romper con esa suerte de mitología. No quiere esto decir que algunos directores no se manejen así, pero apuntamos a marcar que tal vez no sea la manera más apropiada, y sobre todo si tenemos en cuenta el veloz avance de los medios tecnológicos. A modo de ejemplo sugiero ver la película Fanny y Alexander, (sueco-francesa-alemana de 1982), escrita y dirigida por Ingmar Bergman. Ganadora de 4 Oscar como Mejor película extranjera, Mejor diseño de vestuario y Mejor dirección de arte. El director Ingmar Bergman fue nominado como mejor director y mejor autor de guión. El filme recibió también otros numerosos premios. En una copia que circula en DVD, en la parte de extras, se muestra la permanente consulta y colaboración del director con su principal cámara y director de fotografía, Sven Nykvist, sobre la decisión de cada toma. Este es un ejemplo de diálogo amable, mutuo respeto y admiración entre los colaboradores y el director. No siempre una coexistencia pacifica se da en los set de filmación. Es conocida la pésima relación entre Werner Herzog y su actor fetiche Klaus Kinski Entre ellos siempre hubo una difícil relación profesional que se podría calificar de amor-odio y que quedó plasmada en el documental Mi enemigo íntimo, en el que Herzog afirma que ambos llegaron a planear asesinarse mutuamente. No obstante los productos de la tortuosa colaboración entre Kinski y Herzog han dado como resultados excelentes films como Fitzcarraldo, Aguirre la ira de Dios, Cobra verde o la remake de Nosferatu el Vampiro. Ya sea de manera pacífica y respetuosa o de forma conflictiva y peligrosa, la necesidad de la colaboración en cine es innegable. Por esto decimos que es bueno salirse de la idea a veces extendida sobre el aislamiento como motor creativo y le necesidad de crear en diálogo con los otros. Porque si crear transforma el mundo, pone algo donde antes no había nada, también nos transforma a nosotros y, en la medida que dialoguemos en la creación, nos vuelve sujetos más plenos.