miércoles, 26 de agosto de 2009

Rabiosa: entrevista a Albertina Carri


El estreno de La rabia -su cuarto largometraje-, resulta una buena excusa para dialogar con Albertina Carri. Escoltada por Favorita (una de sus perras), Albertina va y viene del living a la cocina de una casa ordenada y acogedora. Ofrece y prepara infusiones, se acomoda en un sillón, enciende un pedacito de cigarrillo.

La conversación con una de las más talentosas directoras del “nuevo cine argentino”, transita por las esferas más variadas: las razones profundas que definen la estética de sus películas, su respuesta a las “imposiciones” del cine comercial, la difícil aunque provechosa relación con su productor Pablo Trapero.

¿Qué pensás de aquellos que intentan ver en tus películas rasgos autobiográficos?

Respecto a eso muchas veces siento que la crítica juzga mi vida pública a través de mis películas y, en realidad, ésa no es mi vida. Todo el tiempo me veo obligada a aclarar, cuando dicen “Los rubios es tu vida”, que no. Que, en todo caso, es una parte de mi vida.

Es sólo la parte que yo quise hacer pública. Hay como una cierta tendencia, en los últimos años, a juzgar o a criticar la obra a través de la vida de los autores.

¿Es posible pensar un desarrollo plástico en tu obra?

Me resulta muy difícil encontrar el hilo conductor porque son películas muy distintas entre sí o que, por lo menos, a simple vista parecen muy distintas. Y de hecho lo son, pero creo que el punto en común es el de una cierta búsqueda narrativa. Ahí es donde se tocan. Hay una idea común que las atraviesa. Que no es necesariamente aquello que se menciona habitualmente sobre “la familia”. Me parece que es más una búsqueda emocional que, probablemente, tenga que ver con la búsqueda plástica que vos mencionás.

Lo que tienen en común varias de mis películas es la búsqueda de una emocionalidad diferente. Y en eso cada una tiene un trabajo plástico muy particular. Yo me dejo llevar por lo que voy a contar o por lo que estoy contando en cada momento. Hay, por cierto, una gran decisión estética que es común a todas. Pero después hay una serie de decisiones, como una especie de “subtrama” que es distinta en cada caso.

Más allá de lo autobiográfico, ¿el personaje de Nati en La rabia funciona, de alguna manera, como tu alter ego?

Yo la pensé así, pero es mi alter ego de hoy, de la Carri adulta, no mi alter ego de niña. Claramente es así. Porque es la que, de algún modo, reivindica otra forma de expresión. Desde ese mutismo del que se la acusa, es la única que, finalmente, puede armar un relato de lo que está sucediendo. Para mí La rabia no cuenta demasiado en términos de historia. Hay una trama inevitable porque sigue siendo cine narrativo pero es lo menos importante. En realidad, la película está todo el tiempo girando alrededor de “algo”, y en eso se parece mucho a Los rubios. En esa cosa de pensar cómo se puede contar cinematográficamente, cuáles son las posibilidades de narrar “eso” que está sucediendo.

La ficción, en ese sentido, está más encorsetada que el documental. Resulta mucho más difícil quebrarla. El cine de hoy en día está muy apegado a la gramática impuesta por Estados Unidos. Esa que establece que una película debe durar una hora y media y se debe proyectar de una determinada manera, sobre todo si es narrativa. Ahí aparece Nati. Ella pone en discusión esas cuestiones a través de las manchas que hace. Porque la narración no tiene que ser necesariamente figurativa. Hay muchas maneras de narrar con imágenes. Pero, en ese sentido, es muy difícil romper la convención. El documental es muchísimo más libre…

Y a vos te gustan los riesgos…

Sí, yo siempre tomo riesgos y, de hecho, La rabia es una ficción muy arriesgada. Cuando estaba en el proceso de guión todos me decían, “uy, no ¡Otra vez animación!”… Además, imaginarse desde el guión cómo iba a quedar el vivo con la animación, generaba muchas dudas. Y la verdad es que es un riesgo alto que corrí. A mi me gusta mucho cómo quedó pero sé que podría haber quedado muy mal. Era difícil el contrapunto: que eso se te incorpore y no te moleste.

¿Cómo llegás a imaginar las zonas de animación? ¿Es parte de la libertad que asumís en la creación de una historia?

En realidad, hay un momento en que sufro que es cuando empiezan a aparecer signos de “exceso de normalidad”. En varios sentidos, la niña de La rabia se vuelve parecida a mí cuando la madre le dice: “¿Porqué no dibujás cositas lindas?”. Es algo que a mí me dicen todo el tiempo: “Bueno Albertina, para cuándo una comedia…”, o sea: “¡Hacé un sol, dibujá un sol, basta de dibujar porquerías..!”. Hay un momento en el que eso me termina agobiando. Parezco fuerte y muy avasallante pero llega un punto en que me agobia, me cansa y me entristece.

Ahora, me entristecería muchísimo más tener que dejar de lado ese espíritu libre para hacer algo que entre en los cánones “normales”, o que deje a la gente más contenta y salga con una sonrisa. No está en mi naturaleza. Lo tengo muy claro.

Tampoco me parece que ésa sea la naturaleza del cine. Esa grande y supuesta discusión -que en realidad para mí no existe- entre el cine comercial y el cine de cinco mil espectadores… es totalmente ridícula. No tiene ningún sentido. Porque cine son las dos cosas y deben convivir. No creo que el cine sea sólo este cine extremo, el que te lleva a tener otra posición como espectador. Porque, concretamente, lo que este tipo de cine te pide es eso: otro tipo de entrega, tanto física como psíquica y emocional.

No creo que tengan que estar enfrentados. Los dos, de algún modo, se retroalimentan. Lo cierto es que, de un modo u otro, el cine siempre es una empresa de mucho riesgo.



En el momento de crear, ¿considerás las posibilidades de exhibición o te decidís por hacer la película que vos querés y ya?

No es que yo piense en términos de público o “del público”. Me parece un poco autoritario pensar así. Pero sí, por ejemplo, cuando estaba haciendo La rabia sabía que era una película que tenía que tener un estreno a baja escala. Y lo hablé con Pablo Trapero (el productor) antes de embarcarlo en el proyecto. A partir de eso, pensamos un diseño de producción posible. Porque, hacer una película de tres millones de dólares si la vamos a estrenar en una única sala no sería tomar riesgos sino ser idiotas. En ese sentido, sí soy muy conciente porque es mi cuarta película, porque hice producción en las dos primeras y, de algún modo, la sigo haciendo aunque cada vez menos. Entonces conozco todos los vericuetos y las instancias del cine y hay un punto en el que no puedo dejar de pensar en eso. De todos modos, no es algo que me pese o que filme pensando todo el tiempo en eso.

¿Fue fácil filmar con Trapero?

Fue fácil porque ya habíamos hecho Géminis que fue una especie de conocimiento mutuo. Nos peleamos mucho durante Géminis, tuvimos peleas feas. En La rabia tuvimos peleas que yo diría fueron más de hermanos. Ya te conocés y sabés que pegás un portazo y, después, podés seguir hablando. De todos modos, la relación con el equipo es necesariamente pasional. De no serlo, sería sospechoso… por lo menos para mí. Igual tiendo a pelearme cada vez menos porque no me resulta una experiencia agradable.

Como productor, Pablo no es nada entrometido. Es muy respetuoso, sobre todo del tipo de película, que es lo que más da miedo. Porque Pablo hace un cine completamente distinto al que hago yo, en todo su espectro es completamente distinto, y él nunca intentó imponerle su estilo a mi cine. Es capaz de pensar la película, no sé si en los mismos términos que yo, pero sí en los que la película reclama.

Mientras rodabas Urgente me dijiste que estabas harta de hacer películas para Argentina, entre otras cosas, por los problemas de exhibición…

Lo sigo sosteniendo. Con La rabia, en realidad, íbamos a estrenar en una única sala y, en el último minuto, decidimos estrenar dos semanas en el Hoyts del Abasto. Fue algo pautado así: no es que si le iba bien se quedaba y si le iba mal se levantaba a la semana. Eran dos semanas aseguradas en Abasto. Y las agregamos porque la del Malba es una sala a la que la gente va pero está alejada. Entonces, nos pareció que estaba bueno darle al público más fanático de mi cine, la posibilidad de ver la película en una sala más céntrica.

Y fue una buena decisión porque cumplió sus dos semanas con una media normal, digamos, ni muy baja ni muy alta y, después, siguió en el Malba. En algún momento, cuando volvimos de Berlín los distribuidores nos propusieron estrenar con cinco copias, en cinco salas. Nosotros no quisimos, no nos interesó. Tampoco nos interesó el circuito de los Espacios INCAA, ni la cuota de pantalla que te asegura entre tres y cinco salas comerciales. Yo no quise exponer a la película a esa sensación de fracaso. Cuando, en realidad, no es un fracaso de la película: es que la pusieron en el lugar equivocado.

Para la exhibición en las provincias, ¿no es una opción conveniente?

En las provincias la película sí se exhibe por el circuito de los Espacios INCAA. La verdad es que, decidimos no estrenar en el circuito comercial porque, aunque te aseguran las dos primeras semanas en tres o cinco salas, después es muy difícil quedarte en alguna. Pasado ese tiempo, fuiste en todos lados… Y la verdad es que La rabia es una película que necesita tiempo. Así que preferimos quedarnos con dos funciones semanales en el Malba pero permanecer unos cuantos meses. Es lo que decíamos antes de las “imposiciones” que sufre el cine. Con el teatro eso no pasa: se hace teatro off, se hace teatro comercial y cada uno tiene hasta su zona de exhibición. No es que todas las obras de teatro tienen que estrenarse en la calle Corrientes, porque eso sería ¡un escándalo! En ese sentido, por lo menos en este país, el cine tiene bastante por mejorar.

A La rabia la asocio con La ciénaga, con Los muertos o con La fe del volcán en la decisión de abrir un espacio cinematográfico para dar cuenta de algo difícil de expresar y que podríamos definir como la violencia familiar institucionalizada. ¿Ves algún “parentesco” entre tus películas y cierta zona del cine nacional?

La ciénaga y Los muertos me gustaron. La fe del volcán no la entendí, me excedió. Igual, la mayoría de las películas que no me gustan me las olvido y ésta no la pude olvidar.

De todos modos me resulta difícil encontrar afinidades. Siento que el cine de Lucrecia, por ejemplo, es mucho más sutil, tiene otro carácter escénico. Para mí, Lucrecia tiene algo de poeta romántica: hay una sociedad perdida, hubo un mundo mejor. En cambio, siento que en mis películas no hubo un mundo mejor nunca. Tengo una mirada más cruda y, en ese sentido, a La rabia la veo más cerca de Los muertos. Pero es raro hablar de eso, es algo muy personal.

De cualquier modo, creo que La rabia te enfrenta a tu propia violencia y eso es lo que más incomoda y molesta. Te enfrenta a ese dolor que provoca la violencia de los otros y la tuya propia.

Por ejemplo, se armó escándalo por matar a un chancho, pero resulta que el setenta por ciento de la población mundial es carnívora. ¿De qué me están hablando? Dicen que la película es cruel, que ¡soy una bestia!, que “¿cómo vas a matar un animal para hacer una película?” ¡Qué idiotas, por favor! El animal iba a morir de cualquier modo: alguien lo faenó, los chorizos se vendieron y, seguramente, te los comiste vos.

De cualquier modo, más allá de que es una película profundamente “campestre”, el campo no deja de ser una excusa: “el campo” se convierte en “la naturaleza”, en los hombres expuestos a la naturaleza y eso se termina convirtiendo en la metáfora de sociedades sangrientas. No es que, solamente, estoy hablando del campo argentino.

Volviendo a lo que me dijiste hace un rato, respecto a que si La rabia pone en escena algo que no se puede decir, creo que sí. En ese sentido, creo que todas mis películas trabajan sobre esa idea: por eso soy molesta o incómoda, y tengo tantos fans como gente que me detesta, digamos.

De todas las que filmaste, ¿cuál es tu película favorita?

La rabia pero porque es la última. Con Géminis fue muy duro porque me quemaron un poco la cabeza. Dicen que no parece una película mía porque no es tan arriesgada formalmente. Para mí lo que les molestó de Géminis, no como película sino como “película de Albertina Carri”, es que tiene algo de ese virtuosismo “irritante”…

Al margen, La rabia es la que más me gusta porque siento que concentra cosas de todas las películas. Y también porque creo que es la más lograda en su formato.


Nota publicada en la página www.cinecropolis.com

martes, 11 de agosto de 2009

La importancia del tratamiento


Entre tantos nuevos estrenos, corrientes vanguardistas, cine experimental, nuevo cine de autor, cine bizarro y freak, vale la pena rescatar cada tanto aquellos films que nos persiguen a lo largo de toda la vida y que disfrutamos una y otra vez. El placer de ver películas más de una vez, de volver a recorrer las emociones que nos han provocado y de descubrir otras nuevas, es algo a lo que no hay que renunciar absorbidos por la novedad.

Para aquellos que de una u otra manera nos relacionamos con el cine de forma profesional, ya sea como guionistas, directores, actores, montajistas, camarógrafos o estudiantes de cine, el ejercicio de observar repetidas veces ciertos films es un compromiso ineludible que hace a nuestra profesión.
Con este ánimo me senté a ver La Strada, la genial obra de Federico Fellini que me emociona cada vez más. Pero la pregunta que me hacía al verla por enésima vez era ¿cómo se logra provocar esa emoción? ¿Cómo se construye un relato capaz de llegar a emocionar al público?

Después de la emoción sobrevino el análisis. Una historia sencilla: una muchacha pobre y se supone analfabeta, quizá con un leve retraso mental, Gesolmina interpretada genialmente por Julietta Massina, es entregada por su madre a un hombre violento y rudo, un artista callejero de escaso talento. Anthony Quinn es Sampanó, un hombre bestial acosado por la necesidad de supervivencia, como casi todos en este film que retrata la incertidumbre del futuro en la situación de extrema pobreza.
La elección estética del film se mueve en el registro de cierto grotesco, refuerza el dramatismo y se sitúa en la delgada línea en la que los payasos patéticos hacen tanto reír como llorar.

Aparece el amor en la vida de Gesolmina. El loco, un equilibrista talentoso y bromista que se burla de la torpeza de Sampanó y se conmueve ante la ingenuidad infantil de Gesolmina. Cegado por la envidia Sampanó, ante los la mirada incrédula de Gesolmina, asesina al loco de un puñetazo, esconde el cadáver y se da a la fuga llevando consigo a Gesolmina en estado de shock. El invierno cae, mala época para los artistas callejeros. Gesolmina y Sampanó se recuestan a descansar en medio de la nieve en un precario refugio. Gesolmina sigue en un estado mentalmente alterado por la muerta del loco. Sampanó la abandona a su suerte dejándola sola en medio de un desierto de nieve.

Larga elipsis temporal, y la clave del final la da la música, una marca de fábrica en el cine de Fellini. Una mujer tararea la canción que Gesolmina solía tocar en la trompeta, una melodía que le había enseñado el loco. Sampanó se acerca a la mujer y la consulta sobre cómo conocía esa melodía. La mujer le responde que esa melodía la tocaba una muchacha que estaba medio loca y deambulaba por el pueblo, le cuenta también que la muchacha estaba enferma producto de un gran enfriamiento que había sufrido y que había muerto al poco tiempo de llegar al pueblo. Con la música de fondo, Sampanó pita su cigarro y se aleja solo. Fin.

Esta breve reseña, a la manera de un tratamiento, es para ejemplificar un trabajo que debe ser previo a la escritura de cualquier guión. Como ejercicio, se puede intentar, tal como se muestra aquí, hacer el tratamiento de un film ya realizado. Una ejercitación que resulta muy útil a los efectos de poder resumir y narrar la central de una historia; un ordenamiento primitivo sobre el que se trabajará luego. Así, el tratamiento es el primer paso para la posterior construcción del guión.